miércoles, 31 de mayo de 2017

SILISTRA

Son las 6 de la mañana, estamos acampados al lado de un monasterio ortodoxo, en Rumanía a 100 kms de Constanta, la ciudad a la que vamos en la costa del Mar Negro. El parte Meteo dice que va a llover los próximos tres días.
Ayer salimos tras recoger y desayunar en un restaurante junto a la carretera en Búlgaria. El track, afortunadamente, nos alejaba de ella pero para sumirnos en otro tipo de tortura.
Esta zona ya no es llana. Desde el primer metro redesayunamos unas buenas rampas de subida sobre caminos de tierra afortunadamente secos y que discurrían entre cultivos de trigo y maíz.
Resoplando y haciendo zig zags fuimos  avanzando hacia el Este. Los pueblos eran menos vistosos, había algunos edificios con rastros de la época comunista y algunos especímenes que seguían sobreviviendo a la vida.


Hacía mucho calor y el porcentaje aumentaba, los caminos se estrechaban en la maleza.

Sangre, sudor y lágrimas, echar pie a tierra en muchas ocasiones y empujar nos iban acercando hacia Sílistra, la Meca de nuestro día de ayer.

Tras una larga bajada Juan notó que había pinchado. Con cuatro bombazos continuamos bajo un sol perforador hasta Sílistra, que finalmente no era más que un punto imaginario en nuestras mentes, un oasis de motivación, una zanahoria cualquiera o un Lamiako a la Búlgara.
Sin apenas fuerzas y tras 70 kms muy duros de mountain bike, a una media de 14'5 kms/h, nos comimos un pollo a medias, patatas fritas y ensalada de tomate y pepino en este bodrio llamado Sílistra. Retozamos lo que pudimos y a las 6 de la tarde, tras cambiar Juan la cámara, pasamos la frontera nuevamente hacia Rumanía, con la tripa a reventar y sin haber podido cambiar el dinero búlgaro por Leis rumanos.

Pedaleamos cuesta arriba y cuesta abajo por una tranquila carretera al Sur del Danubio, y nos despedimos de él ya que en esta zona comienza a girar al norte, hacia las desembocadura en el delta, a unos 400 kms.


Plantadas las tiendas bajo los ataques de la aviación rumana, mosquitos anabolizados y como locos, escapamos de ellos en el interior. Sin comida y sin un Leí.
Yo me acerqué al patio del monasterio donde cantaban y rezaban, el sonido salía al exterior por una megafonía. Por los jardines deambulaban tipos muy raros, con botas muy grandes y vestidos de negro. Incluso había algún jovencito.

Hoy debería ser nuestra última etapa.
ESPACIO ZARRIO

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